En este Día Internacional de la Mujer es esencial reflexionar sobre las brechas de género que persisten en todos los ámbitos de la sociedad. Sin embargo, quiero detenerme en aquellas que están presentes en el sistema educativo de nuestro país, porque es el lugar donde se construyen las bases de la sociedad y donde existen múltiples oportunidades para aprender y transitar hacia sociedades equitativas.
En las aulas se gesta el potencial que le permite a las sociedades igualar condiciones entre hombres y mujeres, tanto respecto de la vida laboral como de la tareas de cuidados y la vida cotidiana en su conjunto.
Los recientes resultados del Simce 2023 son una buena evidencia respecto de los desafíos pendientes. Si bien los resultados son alentadores en relación al año pasado, las brechas de género siguen en aumento. En el caso de matemáticas, en 4to básico existe una diferencia de 13 puntos en los rendimientos de los hombres por sobre los de las mujeres, 3 puntos más que el año pasado y 9 puntos más que en 2018. Y, en la educación media, la brecha aumentó de 7 a 11 puntos entre 2022 y 2023.
Por el contrario, en el área de lectura, los desempeños de las mujeres son sostenidamente mejores que los de los hombres; y, este año la diferencia se mantuvo a favor de las mujeres en 4to básico, pero disminuyó de 16 a 13 puntos en 2° Medio.
Sabemos que los problemas de la educación no se resuelven solo en el campo educativo y que el “efecto escuela” contribuye a disminuir las brechas de género en los aprendizajes, pero sin duda es un espacio en el que quedan muchas oportunidades para diversificar los modos de enseñar y aprender y tener menos diferencias en los resultados.
La profesión docente es una profesión ampliamente feminizada. Este dato, nos puede hacer pensar que la escuela es un espacio, especialmente, propicio para problematizar los estereotipos de género y sus resultados de aprendizaje; enfrentar los sesgos de género, profundizar en experiencias educativas integrales e inclusivas; y elaborar, en comunidad, prácticas pedagógicas transformadoras, que fortalezcan las condiciones para el aprendizaje de todos, pero con especial énfasis en que las mujeres no queden atrás.
Tanto los resultados de aprendizajes como la necesidad de emparejar las condiciones entre hombres y mujeres en la sociedad nos llevan a preguntarnos: ¿Cómo hacemos para no seguir reproduciendo estereotipos de género?, ¿Cómo generamos oportunidades de aprendizaje más equitativas para hombres y mujeres?
La respuesta a estas preguntas no es sencilla, pero es urgente. Muchas -y muchos- tenemos la convicción de que desde las aulas, las escuelas y las salas de clases de la educación superior podemos transformar la sociedad para hacerla más justa, más inclusiva, más democrática. Y para ello necesitamos que las profesiones y la cotidianeidad del estudiantado no estén condicionadas por el género.