Columna de Pablo Astudillo | Y después del mes del orgullo ¿Qué?: los desafíos para el sistema educativo
Termina junio, mes que ha recordado la importancia de la inclusión social de la población LGBTI+. Sin embargo, el reconocimiento del colectivo no se limita a un mes en particular: la existencia de los individuos es permanente, y los desafíos de inclusión también. La retórica del orgullo cada año enfrenta un contexto político, cultural y material nuevo, lo que vuelve aún más imperiosa la pregunta sobre cómo enfrentar en cada momento la tarea de eliminar la exclusión del espacio social.
En 2023 y en Chile, junio termina con una polarización creciente respecto al espacio que debe ocupar la sexualidad y el género dentro de las instituciones, especialmente, las educativas. La reciente acusación constitucional al ministro del ramo a propósito del relanzamiento de unas orientaciones para la inclusión escolar de estudiantes LGBTI+, o las polémicas en torno al eventual despliegue de la educación sexual integral son reveladoras de las resistencias y fuerzas crecientes que buscan minimizar o explicitar tanto la existencia de personas gays, lesbianas, trans, no binarias y otras en el espacio escolar, como también el efecto que el género y la sexualidad tiene para la desigualdad social.
Por el lado de la resistencia, el argumento suele ser la protección de la niñez y el privilegio que detentan los padres para ello, frente al fantasma de la confusión identitaria o la sexualización temprana de su prole. Por el lado contrario, gana el discurso de garantizar los derechos humanos, reparar heridas históricas y combatir la discriminación y violencia que todavía persisten en la escuela. Ninguno de los bandos señala estar contra las personas LGBTI+, pero en el contexto de confrontación política puede ser fácil entrar en la estrategia de combate y olvidar a los sujetos concretos que habitan la escuela: niños, niñas y adolescentes con diversas orientaciones sexoafectivas, con preguntas contingentes, con distintas historias, con inquietudes, con ganas de ser reconocidos a ratos y de pasar desapercibidos en otros, con más o menos ganas de querer ser agentes de su proceso educativo. Y sobre aquello hay muy poca información real y sistemática.
Ciertamente no hay inclusión posible sin garantías de protección y educación sexual que supere los límites que desgraciadamente toda familia (incluso la más abierta) tiene para mirar la realidad y diversidad social. Pero el esfuerzo no se agota allí. Si la inclusión implica reflexionar sobre las ideas establecidas, en el caso de las personas LGBTI+ esto supone también mirar cómo se piensa a los sujetos que se quiere incluir: ¿son individuos confundidos, que quieren confundir a otros como algunas pancartas este año han rezado en la plaza pública? Claramente no, pero combatir esa posición deja otras preguntas en suspenso ¿son personas sufrientes que necesitan ser defendidas por otros? ¿o son por el contrario modelos de orgullo y coraje frente al ataque e imposiciones sociales como parece insistir el mes de junio? Cualquiera de ambas opciones propone una visión unidimensional de seres humanos que, como cualquiera, muestran todas las complejidades del mundo a la vez y que no van a adherir unívocamente a lo que proponga la escuela.
Y en un mundo donde los discursos se inflaman y se aceleran, bien valdría la pena detenerse un rato y mirar con detención esa complejidad, para que también penetre en la discusión de los planes y programas que todavía son requeridos. Y para eso se necesita mucho más que consignas y mucho más un mes.
Pablo Astudillo Lizama, Académico Facultad de Educación Universidad Alberto Hurtado.
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